jueves, 11 de enero de 2007

EL GLOBO ROJO

Rocío Marcos y Julia Clay inauguran exposición en el Alma Bar del Born (Sant Antoni dels Sombreres, 7), el jueves 18 de enero a las 8.30 de la tarde, a partir de entonces y hasta el 28 de febrero podréis disfrutar y comprar su obra.

El trabajo de Julia retrata paisajes del lugar donde ella trabaja: el Poblenou. Grandes naves industriales, espacios abiertos a los nuevos creadores que han desaparecido o están desapareciendo "gracias" a la especulación inmobiliaria; paredes cubiertas de grafítis, coches, camiones, la vida que pasa.

Y los cuadros de Rocío levantan nuestros pies del suelo para recordarnos que el deseo nace hondo y vuela alto.

Chicas, ¡mucha suerte! Espero que os vaya muy bien porque me gusta mucho lo que hacéis. Además, os agradezco que me hayáis dado la oportunidad de colaborar con vosotras poniendo palabras alrededor de vuestras imágenes.

Por cierto, esta ha sido mi manera de mirar...


EL GLOBO ROJO

Le dijeron que había nacido para hacer feliz a la gente, que su función en esta vida era alegrar el corazón de los humanos. Le esperaba un futuro maravilloso: fiestas, juegos infantiles, risas, besos tras los cristales...

Pero no fue eso lo que vio.

Nada más nacer, lo empaquetaron y lo metieron en una caja junto a otras tiras de látex de colores.

Cruzó el mar en un barco de mercancías. Se mareó rodeado de silencio y oscuridad porque dentro de la caja nadie hablaba. Todos sentían curiosidad, pero el miedo les agarrotaba la garganta.

Luego el transporte por carretera.

- ¿A dónde nos llevarán? – se aventuró a decir.

- He oído que nos espera un futuro maravilloso – dijo otra voz – al parecer creceremos y nos sacaran a ver el mundo. El mundo debe ser un lugar lleno de luz y de espacio. Un sitio fantástico.

Pero aún le tocó esperar. Es difícil precisar el tiempo cuando reposas dentro de una caja de cartón apretujado dentro en una bolsa. Pero su momento llegó y cuando la caja se abrió, comprendió...

Lo hincharon de helio. Y el listón de látex... se notó ligero: ¡podía volar! Le ataron una cuerdecita en un extremo de tal manera que su cabeza flotaba en el aire pero tenía los pies bien amarrados a la tierra.

Había mucho ruido alrededor. Un pulpo gigante movía los brazos y sus enormes tentáculos iban sobrecargados de cacharros con humanos que daban vueltas y gritaban como locos. Ensordecedor. Luego vio un puestecillo con camellos bidimensionales que se disputaban una loca carrera, y avanzaban a trompicones, a golpes de aciertos de pelotas que encajaban dentro de una canasta. Absurdo. Pero lo que más le sorprendió fue un hombre que daba vueltas y vueltas a un palo en torno a una cazuela y más vueltas daba el palo más se hinchaba y se hinchaba hasta convertirse en una bola de algodón rosa.

Aquella bola de Algodón Rosa no era como los demás. Aquella bola de Algodón Rosa le hacía cosquillas en el interior. Era dulce y hermosa. El olor que desprendía hacía que se le abriera la boca y que todos los poros de... su piel... quisieran tocarla y poseerla. Intentó acercarse a ella. Pero no podía. Sus pies estaban bien amarrados al mazo de globos que flotaban de la mano de aquel vendedor.

El Globo Rojo daba saltitos desde el mazo intentando llamar la atención del Algodón Rosa. Y... ¡sí! El Algodón Rosa no se mostró indiferente a aquel admirador tan etéreo. Coquetearon intensamente, sin poder dejar de mirarse y de olerse.

Era el destino: un niño se paró delante del hombre de los palos y de la cazuela azucarada y compró el Algodón Rosa.

Pero era un niño en una tarde de feria y lo quería TODO. También quiso un globo y se acercó al hombre que tenía el manojo de globos más denso que se hubiera visto jamás.

El Globo Rojo supo que esa era su oportunidad: ahora o nunca. Y se tiró en plancha.

Efectivamente, el niño eligió el Globo Rojo.

Y el Algodón Rosa y el Globo Rojo tuvieron un idilio corto, pero apasionado.
Porque su amor duró hasta consumirse.


El niño dejó que le ataran el globo a la muñeca y se montó en un caballito eléctrico que le convirtió en un jinete ultrarrápido que se agitaba entre haces de luces y neones.

Después atravesó un castillo encantado y se asustó con la presencia de fantasmas y con escaleras que se movían a destiempo. Estuvo a punto de caer, pero siempre resistía.

Llegó la hora de volver a casa.

Y el Globo Rojo supo que lo que había visto hasta ahora no era más que una parte del mundo. Una parte muy chiquitita y tal vez no era la más real.

Cuando abandonaron aquellas calles de bombillas, neones, música estridente y tumulto, se adentraron en otras más vacías, con pintadas en muros, con casas a medio construir, con letras que invadían el espacio y con naves enormes y deshabitadas.



Vio a hombres que se apoyaban en los muros y miraban la vida pasar. Vio a niños que daban golpes a pelotas y a camiones de rojo intenso que paseaban orgullosos por la carretera.


El Globo Rojo sintió entonces la tristeza de abandonar el mundo que había conocido hasta ahora. Se sintió minúsculo. Pequeñísimo. Un ser sin importancia. Casi sin valor.

El niño tiraba del Globo Rojo y golpeaba con él la cabeza de su hermano pequeño. Una y otra vez.

- ¡Qué me dejes! – gritaba el pequeño - ¡Mamaaaaa!

- Albert – dijo la madre – si no dejas de golpear a tu hermano con el globo te lo soltaré de la muñeca y lo perderás para siempre.

El Globo pensó: “¿Soltarme? Siempre he estado sujeto a algo. Nunca he sido libre. Siempre he ido a donde me han llevado...”
Y por primera vez en su vida, el Globo sintió el deseo, la punzada y el impulso de la libertad.


Miro hacía arriba. Al cielo que cubría las cabezas de todos. Miro las antenas que peinaban los terrados de las casas. Miro las copas de los árboles. Y miro las nubes. Las nubes algodonosas de una tarde de verano. Nubes hinchadas que flotaban al viento, rojas, rojizas, anaranjadas... y recordó la calidez de un Algodón Rosa, sí, y los “ojos” se le inundaron de lágrimas y el “alma” se le partió en dos.


- Ya está bien, Albert, te he dicho que dejaras de dar golpecitos a tu hermano con el globo. Vale ya de tanta tontería; que hasta que no consigues sacarme de quicio no paras – dijo la madre mientras desanudaba la cuerda de la muñeca del niño.

- Pero MAMAAAAAAAAA si yo no he hecho nada.


El Globo Rojo supo que aquello era la libertad. Se sintió ebrio. Una excitación le recorrió todo el cuerpo. Sin ataduras. Flotando a su libre albedrío, nadando en el viento. Solo. Libre.
A medida que se elevaba dejó de oír el llanto del niño, los ruidos de los coches, y se le hicieron más perceptibles sonidos más sutiles: las sábanas que crujían tendidas de las cuerdas de los balcones, el piar de los pájaros, el roce de las hojas de los árboles, el ulular de las ráfagas de viento.

Tuvo miedo de nuevo. Tuvo miedo de abandonarse a ese fluir del viento y se preguntaba si iba donde quería o donde le llevaba la brisa.

Por encima de él las nubes avanzaban deprisa, abultadas, blancas y púrpuras, era como si le llamaran, como si esperaban para acogerle en su interior.

El Globo no tenía ni idea de cuanto iba a durarle la sensación de euforia que siguió al miedo y al abandono de si mismo, pero comprendió que había tenido una vida intensa y llena de experiencias.

No tenía ni idea de cómo acabaría la cosa, pero acabase como acabase sabía que no podía olvidarse de dar las Gracias por ello antes de desaparecer.
Gracias.
Ssss. Plas...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero vamos a ver, si el globo podía pensar antes de que le hincharan con el gas, cuando explotó podría haber seguido pensando, estaría un poco roto pero sería el mismo plástico que al principio. jajajajajaj

Aparte de inconsistencias como que un globo piense, muy curioso el cuento ;-)

Yo creía que iba a ser como el cuento de Caperucita y el Globo feroz

X-DDDDDDDDD

Anónimo dijo...

Jajajaja, lo del "Globo feroz" es otro cuento y también de látex :-)

A ver si te animas a hacer una expo y te traigo los cuadritos para acá. Contar un cuento con tus cuadros sería bien interesante.

Besotes
Helena