lunes, 24 de febrero de 2014

Melissa Heckler


Conocí a Melissa Heckler durante los últimos meses del periodo en que viví en Nueva York. No exagero nada si digo que aquel encuentro fue un acontecimiento crucial en mi vida.

Corría el año 1990, y yo estaba finalizando mis estudios de máster en la Universidad de Columbia. Para entonces, mis estudios de literatura comparada había derivado hacia un hondo interés por las literaturas orales, en especial de la de los bosquimanos |xam. Si bien la oferta de cursos de la universidad no me permitía entonces trasladar ese interés al terreno académico, compensaba esto leyendo por mi cuenta sobre esas cuestiones. Aquella es posiblemente una de las épocas de mi vida en que menos libros he comprado, porque los inagotables fondos de las bibliotecas universitarias me proporcionaban todo cuanto podía desear y más, y si lo que me interesaba no estaba en los anaqueles de las bibliotecas universitarias, un eficacísimo servicio de préstamo interbibliotecario lo ponía en mis manos en cuestión de días.

En uno de los libros que consulté por aquel entonces encontré una interesantísima reseña de Structure, meaning and ritual in the narratives of the Southern San, el estudio de Roger Hewitt sobre los relatos |xam recogidos por Bleek y Lloyd, que había aparecido pocos años antes. La reseña estaba firmada por Melissa Heckler y Megan Biesele. Para entonces yo sabía muy bien quién era Megan Biesele, pero era la primera vez que me cruzaba con el otro nombre.  Por aquel entonces, yo había comenzado a experimentar con la traducción al castellano de los relatos |xam, así que las palabras con las que se abría la reseña me parecieron especialmente interesantes:

La narración a un público nuevo de historias traducidas de otra lengua es una tarea de transformación tan radical como la propia traducción lingüística. El narrador debe familiarizarse todo lo posible con el entorno y la cultura del que proceden los relatos. El proceso de llegar a entender la estructura simbólica y los sutiles matices y pinceladas de tragedia y humor, de lo que se consideraba conducta apropiada y lo que no, es largo. Quizá a lo que más se parezca es al aprendizaje de una lengua extranjera […] De lo que se trata, en realidad, es de conseguir que un relato resuene simultáneamente en las dos culturas. Para una narradora que intenta contar los relatos a un público occidental estadounidense, el análisis perceptivo y cuidadosamente estructurado de Roger Hewitt […] resultó ser un mapa indispensable del territorio extranjero de los cuentos |xam recogidos hace más de cien años por  W. H. I. Bleek, Lucy Lloyd and Dorothea Bleek.

Storytelling in translation to a new audience is as radical a task of transformation as is linguistic translation itself. The storyteller must become as familiar with the people, environment, and culture from which the stories are taken, as possible. The process of coming to understand the symbolic structure, and the subtle nuances and shadings of tragedy, humor, what was deemed appropriate behavior, and what was not, is a long one. Perhaps it can best be compared to learning a foreign language. […] The task, actually, is that of bringing a story to resonate in two cultures simultaneously. For a storyteller seeking to tell the stories to a western American audience, Roger Hewitt’s insightful and carefully structured analysis […] proved to be an indispensable map to the foreign territory of the |xam stories collected by W. H. I. Bleek, Lucy Lloyd and Dorothea Bleek over a hundred years ago. (M. Heckler y M. Biesele, “A double review of Roger Hewitt’s Narratives of the Southern San”, en R. Vossen, ed., New Perspectives in the Study of Khoisan, Hamburgo, H. Buske, 1988, p. 186).

Después de leer esto llegué a la conclusión de que una de las coautoras del artículo, sin duda Heckler, estaba trabajando en una versión de los relatos |xam dirigida a un público amplio, algo que, sin duda, tenía muchas afinidades con mi propio proyecto.

Puesto que su dirección venía al final del volumen, y vi que vivía en el estado de Nueva York, me apresuré a escribirle a Melissa Heckler una carta en la que le decía que yo estaba embarcado en un proyecto muy similar, y que me encantaría conocerla.

La respuesta me llegó no mucho después, en forma de un programa de los talleres otoñales del New York Storytelling Centre, uno de los cuales lo impartía la propia Melissa Heckler. En una unas líneas escritas en el propio programa, Heckler me decía que contestaría a mi carta lo antes posible, pero que el taller se basaría en su reciente experiencia en Namibia estudiando una tradición oral viva, la de los ju/’hoansi.



Decidí acudir al taller,  así que el 7 de noviembre me presenté en la hermosa y céntrica sede de la C. G. Jung Foundation, donde estaba también el cuartel general del New York Storytelling Centre (y, como descubriría mi hermana pocos años después, también de la del Origami Centre of America).

Cuando llegué, había ya bastante gente en la sala donde iba a tener lugar el taller. Sobre unas mesas la responsable del taller había colocado unos libros relacionados con los bosquimanos, varios de los cuales me interesaron de inmediato, y también objetos como arcos, flechas y morrales de piel decorados con cuentas, que sin duda había traído de Namibia. Lo que más me impresionó, sin embargo, fue la colección de expresivos dibujos hechos por niños que decoraba las paredes. Como nos dijo Melissa al poco de empezar la charla (pues se trataba más de eso que de un taller propiamente dicho) los habían hecho niños que no habían dibujado jamás en su vida.

La estancia de Melissa en el  norte de Namibia había tenido lugar en un  momento crítico de la historia del país, que menos de un año antes había logrado su plena independencia después de largas décadas de ocupación por parte de Sudáfrica. Melissa habló de esto en su charla, pero también de muchas otras cosas, que no resumiré aquí para no alargar demasiado esta entrada. Sólo mencionaré que, nada más empezar, repartió dos hojas, una de ellas con los chasquidos de las lenguas khoisan, y otra con un poema que había escrito, inspirado en sus experiencias en Namibia.

Y dicho esto daré un salto al que para mí resultó el momento crucial, la epifanía, de aquella tarde: cuando, en un momento de su charla, casi sin previo aviso, Melissa empezó a contar un cuento bosquimano. No era un relato |xam, sino que pertenecía a la tradición de los ju/’hoansi entre los que la narradora había estado varias semanas. Yo conocía una versión del relato por haberla leído en una de las publicaciones de Megan Biesele, pero eso no estropeó para nada la experiencia de escucharlo de labios de aquella mujer que lo estaba contando con una maestría  que me impresionó.

Para cuando pronunció las palabras de cierre, “amigos míos, así fue como sucedió”, yo ya me había dado cuenta de que Melissa no estaba trabajando, como yo había pensado, en una versión escrita de los relatos |xam dirigida a un público amplio, sino que ella contaba esos cuentos oralmente. Y fue así como, del modo más inesperado, durante aquellas últimas semanas en Nueva York después de una solitaria y algo aciaga estancia de más de un año, me tropecé con el movimiento contemporáneo de narración oral, cuya existencia entonces ni remotamente sospechaba.

Por azares diversos que ahora os ahorraré, salvo por un breve carteo en 1992, no volví a contactar con Melissa hasta más de diez años después, en 2001, cuando localicé por internet una dirección de e-mail que podía ser la suya y le escribí para decirle que mi propio libro de relatos |xam, La niña que creó las estrellas, acababa de publicarse. La respuesta, que llegó casi inmediatamente, decía, entre otras cosas:

Querido Jose:
Qué maravillosamente extraño. Sí, soy yo. Acabo de encontrar tu carta de hace tanto tiempo y me preguntaba cómo te iría.

Lo que sí voy a hacer ahora, con el permiso de Melissa, es ofreceros “Felted”, el poema que repartió aquella memorable tarde en la hermosa y céntrica sede de la C. G. Jung Foundation de Nueva York. La traducción la inicié no mucho después de mi regreso a España, y la he ido puliendo con el paso de los años. Sin duda no hace justicia al original, pero, a pesar de sus limitaciones, me hace ilusión compartirla con vosotros, más de veinticuatro años después de que el poema llegara a mis manos aquella velada otoñal en Manhattan.


Unidos

La tierra acontece en nosotros,
para nosotros: sus elevaciones, hondonadas y
someros aguazales que atrapan la lluvia.
Flamencos rosa se elevan
desde el aguazal
enfilan hacia el cielo, se llaman entre sí,
cambian de nuevo de dirección,
entregados al aire, al vuelo
desde el agua.
Ven, dices.

Bajo el baobab,
siete jirafas entran deslizándose
en el aguazal          una cosa alta
que se eleva, remojándose en la tierra.   Cuatro patas
bien separadas, una inclina
arquea el cuello hasta alcanzar la tierra
bebe el agua allí oculta.     La luna
un creciente de plata, se pone.
Ven, dices.

En el ocaso, catorce
kudus brincan, cruzan
a saltos el aguazal. La luna,
casi llena, surge frente
al sol poniente y
la fila india de antílopes que se oscurecen.
Ven, dices.

Los niños corren en tropel hasta nosotros, se posan
como pájaros, arrancan abrojos de nuestros pies y
se acurrucan contra nuestros cuerpos.    Las mujeres
nos cantan,
llaman a nuestra feminidad.
Los hombres, traspasando a sus mujeres de dulzura,
tamborilean para ellas,
las llaman a la danza. Sus mujeres
responden con su canto, manos, pies, voces
entregadas a ritmos ancestrales de la tierra
que invocan con su canto cosas muertas    y
como respondiendo
también vida,
dulce como leche materna.    La Luna,
ahora llena,
derrama su miel
endulzando la tierra.

Animales
Personas
Tierra,
unidos por un forro de fieltro
sin trama por la que caer,
Tú y yo sostenidos allí.
Y como si la vida nos fuera en ello
acudimos
a la  tierra que hay en nosotros,
para guarecer
su amor
sin costuras.

Melissa Heckler
Abril, 1990
                                      
Para Megan y los ju/’hoansi, que nos enseñaron a ser pequeños para que también  nosotros pudiéramos entrar en la casa de Dios.


Felted
The land happens in us,
to us: its risings, dippings and
shallow pans catching the rain.
Pink flamingoes rise
from the pan
turn toward the sky, call one to another
turn again
given to air, to flight
from water.
Come you say.

Beneath the baobab
seven giraffes glide
onto the pan           something tall
rising, dipping with the land.    Four feet
splayed, one bends
arches its neck to earth
drinks water hidden there.    The moon
a silver crescent, sets.
Come you say.

At sunset fourteen
kudu spring, leaping
across the pan.    The moon
almost full, rises opposite
the setting sun and
the single line of darkening antelope.
Come, you say.

Children flock to us, settle
birdlike, pluck burrs from our feet and
nest against our bodies.    Women
sing to us
call from us our womanhood.
Men, eyes piercing their women with sweetness,
drum to them
call them to the dance.  Their women
sing back, hand, feet, voices in
ancient earth rhythms
singing up death things      and
as if in answer
life, too,
sweet as mother’s milk.       Moon,
full now,
drips its honey
sweetening earth.

Animals
People
Earth
felted together,
no weave to fall through,
You and I held there.
And as though our lives depend upon it
we come
to the land in us,
to earth
her seamless
love.  

Melissa Heckler 4/90


To Megan and the Ju/’hoansi who taught us to be small that we, too, might enter God’s house. 

miércoles, 19 de febrero de 2014

POR QUÉ NO ESCRIBIMOS

A menudo, incluso a los que nos gusta escribir no escribimos, ¿por qué? 



También en esto las razones, o excusas, pueden ser muy variadas: porque se nos ha acabado la inspiración (ya se sabe: la temida hoja en blanco); porque no tenemos tiempo en el día a día con el trabajo diario que nos absorbe; porque somos muy perfeccionistas y nada de lo que hacemos nos convence, y una muy común y muy poderosa: la postergación. Esto que nos decimos de... "sí, voy a escribir esto y lo otro, pero empezaré mañana". Aunque ese mañana nunca llega.

En mi caso he abusado mucho de la cuestión de la perfección: la necesidad de que lo que escriba esté bien escrito. Pero en realidad, un buen amigo me dijo una vez: "¿Tienes algo que decir? Pues dilo". Y es verdad. Cuando he tenido una historia que contar, la he contado sin parar, y luego ya me he preocupado de pulir y repulir, porque escribir es reescribir. 

Más difícil es lidiar con la postergación, o como se dice a menudo, copiando del inglés: la procastinación (y mira que es fea la palabra). Porque ahí ya no te dices que no vas a escribir, te dices que lo harás, pero te mientes a ti mismo, te autoengañas.

No es que escribir sea una obligación, tal vez no lo sea, aunque para muchos de nosotros es un desahogo, un reto, y el no hacerlo nos priva de muchas cosas, sobre todo cuando no lo hacemos por miedo, por pereza o por negar nuestra propia sensibilidad. 

Hace poco he visto una película que recomiendo por completo, La gran belleza de Paolo Sorrentino. El protagonista es un escritor que ya no escribe, o que no escribe mucho, y cuando le preguntan por qué, él contesta "salgo mucho por la noche". Puede parecer una tontería o una salida de tono, pero a mí me pareció una respuesta acertada y nada irónica, porque en el caso del protagonista, Jep Gambardella, no deja de ser cierta. También podía haber dicho que estaba buscando "la gran belleza". Pero eso no deja de ser una percepción subjetiva; la búsqueda de un Todo se parece bastante a la búsqueda de Nada y es muy fácil perderse en el camino con tantas distracciones como existen. 

Pinchando aquí podéis ver el trailer en español, una buena distracción para no escribir...

Creo que está bien saber por qué no se escribe, ser consciente y saber si es por miedo (a veces el afán de perfeccionismo no es más que miedo); o por falta de voluntad; o por no tener una buena historia; este conocimiento puede hacer que se produzca un cambio. 

martes, 11 de febrero de 2014

POR QUÉ ESCRIBIMOS

Llevo unas semanas leyendo sobre procesos de escritura y sobre el oficio de escribir, así que me he topado con varias reflexiones sobre por qué se escribe o por qué no se escribe.
Las próximas dos entradas van a ir dedicadas a estos temas. 


En la mayoría de los casos el escritor escribe porque no le queda otro remedio, casi porque se ve abocado a ello: "Escribo porque para mí no hay otro destino", dice Borges. 

Se escribe por pasión, por deseo, por un impulso irrefrenable, por vicio, por absoluta necesidad. Y también como un acto de rebeldía contra el mundo: si estuviera satisfecho con el entorno, no buscaría una vía de escape, pero lo cierto es que ficción es una salida a una situación que resulta frustrante, dolorosa, absurda o aburrida. 

Como en todo en nuestra vida lo que hayamos vivido en nuestra infancia parece que tiene un especial significado; y no hace falta esperar a llegar a viejo para empezar a recordar. La casa donde viviste de niño, los cuentos de tu abuela, los fantasmas que poblaron tus noches..., lo que sea que hayas vivido va contigo y forma parte de tu bagaje narrativo del que de un modo u otro tiras para contar tu historia ya sea recreando ese mundo pasado o huyendo lo más posible de él.

¿Por qué escribo yo? Supongo que un poco por todo lo anterior y también para tratar de poner un poquito de orden el propio caos de pensamientos. Me da la sensación de que si los pongo por escrito, tal vez lo absurdo se vuelve más coherente. Es una tarea inútil, como escribir en la máquina de la foto, pero al menos los veo pasar. 

Por cierto, la foto de la máquina de escribir la tomó Jose en una tienda de cosas tan increíbles como ésta, en Willinston, un pueblo del Karoo en el 2012. 

También con la escritura puedes vivir muchas vivas en una. Y jugar a ser dios, hacer justicia poética y colocar las cosas como te gustaría que fueran; al menos por una vez.

Entre los que cuentan por qué escriben hay una historia que me encanta y que comparto, así de paso también os recomiendo el libro de donde la extraigo, por si os apetece leer algo del tipo reflexiones y citas sobre escritores y el proceso de escribir: la anécdota pertenece a Ray Bradbury y está sacada del libro El Oficio de Escritor selección de Ana Ayuso, Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, Madrid 1997

Llegó con una sórdida feria de mala muerte, los Espectáculos de los hermanos Dill, durante el fin de semana del Día del Trabajo en 1932. Yo tenía doce años. En cada una de las tres noches, el Señor Eléctrico se sentó en su silla eléctrica a que le dispararan diez billones de voltios de pura energía azul y restallante. Moviéndose hacia el público, con los ojos en llamas, el pelo blanco de punta y arcos de chispas entre los dientes, sonreía y rozaba las cabezas de los niños esgrimiendo una espada Excalibur, armándolos caballeros con un toque de fuego. Cuando la primera noche se acercó a mí, me golpeó los dos hombros y la punta de la nariz. El rayo saltó a mi cuerpo. El Señor Eléctrico gritó: "¡Vive para siempre!". 
Decidí que era la mejor idea que había oído nunca. Al día siguiente fui a ver al Señor Eléctrico con la excusa de que el truco mágico que le había comprado no funcionaba. Él lo reparó y me llevó a pasear por las tiendas, gritando en cada una "¡Cuidad el lenguaje!" antes de que entráramos a conocer a los enanos, los acróbatas, las mujeres gordas y los Hombres Ilustrados. 
Bajamos a sentarnos a orillas del lago Michigan, donde el Señor Eléctrico habló de su pequeña filosofía y yo de la mía, que era grande. Nunca entenderé por qué me soportó. Pero escuchó, o eso me pareció a mí, tal vez porque estaba lejos de su casa, tal vez porque en algún lugar del mundo tenía un hijo, o no tenía ningún hijo y quería tenerlo. El caso es que era un ex pastor presbiteriano, dijo, y vivía en El Cairo, Illinois, y allí podría escribirle yo cuando tuviera ganas. 
Finalmente me dio algunas noticias especiales. 
-Nosotros ya nos conocemos -dijo-. En 1918, en Francia, tú fuiste mi mejor amigo y ese año moriste en mis brazos en la batalla de bosque de Las Ardenas. Y hete aquí renacido, con nombre y cuerpo nuevo, ¡Bienvenido! 
Volví de ese encuentro con el Señor Eléctrico tambaleándome, maravillosamente soliviantado por los dos dones: el don de haber vivido antes (y de que me lo hubieran contado)... y el de intentar como fuera vivir para siempre. 
Unas semanas después empecé a escribir mis primeros cuentos sobre el planeta Marte. Desde esa época hasta hoy no he parado nunca. Dios bendiga al Señor Eléctrico, dondequiera que esté.