martes, 16 de septiembre de 2014

EL KALEVALA DE ELIAS LÖNNROT


Después de visitar Finlandia y de escuchar a algunos narradores de allí contar algunas escenas del Kalevala, no he tardado mucho en sumergirme en las páginas de este libro inmenso que contiene muchos libros y cantos; paisajes, leyendas y mitos en él.

El Kalevala es una recopilación de cantos en verso llevada a cabo por el folklorista finlandés Elias Lönnrot (Sammatti,1802-1884). Aunque no fue un simple copista, se sabe, gracias a sus minuciosos y detallados apuntes, que él mismo compuso algunos de los versos y dio forma a la unidad del conjunto. 

Lo cierto es la obra es espectacular y destila magia por los cuatro costados. Nos traslada a un mundo ancestral haciéndonos soñar con el despertar del mundo y la fuerza extraordinaria de la palabra. Es la voz del cantor, que da vida o la quita, una de los temas presentes que más me han llamado la atención. 

En el Kalevala encontramos bastantes historias y personajes. De hecho, se pueden leer capítulos sueltos e historias de manera casi independiente. Uno de los personajes más fascinantes es Väinämöinen, el rapsoda que nació ya viejo y que enamorado decide ir al oscuro norte para conseguir a la doncella de Pohja.
Dama bastante solicitada, puesto que también se la disputan Ilmarinen, el herrero universal capaz de forjar el mítico sampo, y otro héroe llamado Lemminkäinen quién en la conquista de la deseada acabó con el cuerpo troceado en el río de Tuoni, la muerte. 

Y es aquí donde quería yo venir a parar. Porque es una escena bastante impresionante. La madre de Lemminkäinen se entera de que su hijo está muerto, pero lejos de resignarse, se presenta en las orillas del río y rescata los restos de su hijo (Es la escena que nos ilustra el cuadro de Akseli Gallen-Kallela). Junta todas las piezas y poco a poco las vuelve a la vida. Sí, cual Osíris. Pero ¿cuál es la última y la que le cuesta más volver a la vida? ¿Cuál es la que se le resiste a esta mujer que ha conseguido re-nacer a su hijo? El habla. Después de conseguir  juntar la carne, las venas rotas, colocarle los huesos y los ojos en su sitio, devolverle el habla al hijo, no fue tarea fácil.

Encuentro que es un párrafo muy hermoso. Lo copiaré a continuación para que lo degustéis, para que lo bebáis, como la miel de la que se habla. Os dará una idea del ritmo estupendo del Kalevala y a pesar, o quizá porque es en verso, es fácil leerlo, y es una también estupenda labor de traducción.

Después de una experiencia traumática, o cuando algo nos sorprende de manera positiva o negativa, no es raro que nos quedemos sin voz.


La madre de Lemminkäinen (1897). Akseli Gallen-Kallela  

El Kalevala. Elias Lönnrot. 
Edición preparada por Joaquín Fernandez y Ursula Ojanen
Editora Nacional
Madrid, 1984

CANTO XV 

Así pues consiguió la madre 
de Lemminkäinen recrearlo, 
le devolvió su antigua forma, 
el aspecto que antes tenía. 
Infundieron vida sus súplicas 
a las venas, a las arterias, 
mas no devolvieron el habla,
la palabra al pobre muchacho. 

La madre rompió a hablar y dijo: 
"Se podría encontrar un bálsamo 
milagroso, algo de aguamiel, 
para que un hombre extenuado, 
un pobre héroe maltrecho 
pudiera recobrar el habla, 
romper de repente a cantar? 

Escúchame, querida abeja, 
flor la que reinas en el bosque, 
corre veloz a buscar miel,
agua de miel ve a recoger 
al fondo mismo de Tapiola, 
al denso reino de los bosques, 
en los cálices de las flores, 
en lo íntimo de las plantas, 
para ungir las partes enfermas 
para curar las graves llagas." 

Despegando el vuelo, la abeja 
se dirigió al fondo del bosque,
libó las flores de la landa, 
y de la punta de seis flores, 
de los estambres de cien henos 
destiló miel sobre su lengua; 
luego, las alas impregnadas 
de miel, el zumbador insecto 
rápidamente regresó.  

La madre usó de los ungüentos 
para ungir al hombre agotado, 
curar al héroe maltrecho; 
pero no dieron resultado, 
el habla no le devolvieron.

La madre dijo estas palabras: 
"Escúchame, querida abeja, 
dirige tu segundo vuelo 
allende nueve grandes mares, 
hacia la isla que aparece 
sobre la cresta de las olas, 
a los países de la miel, 
a la nueva mansión de Tuuri, 
el que los truenos distribuye.  
Miel prodigiosa hay allí 
y bálsamos maravillosos 
para recomponer las venas, 
capaces de curarlo todo; 
abeja tráeme esos ungüentos, 
tráeme esos mágicos remedios 
para que con ellos recubra 
las llagas, cure las heridas."

La abeja, con rápido vuelo, 
nueve grandes mares cruzó, 
llegando a la mitad del décimo. 
Un día voló, dos, casi tres, 
sin posarse nunca en un tallo, 
sin detenerse en una hoja, 
hacia la isla que surgía 
sobre la cresta de las olas, 
hacia las tierras de la miel 
en la ribera del gran rápido, 
donde el sagrado remolino. 

Allí hacían hervir la miel, 
espesos untos preparaban 
en una marmita de arcilla, 
en recipientes tan pequeños 
que sólo cabía el pulgar, 
no más que de un dedo la yema.

La abeja de ligero vuelo 
se proveyó de los ungüentos, 
y, pasados unos instantes, 
zumbadora, emprendió el regreso 
con seis vasijas en las patas 
y siete vasos en la espalda 
llenos de ungüentos milagrosos, 
repletos de pomadas grasas.
Roció la madre con los bálsamos 
a Lemminkäinen, lo frotó 
con nueve ungüentos diferentes, 
con ocho aceites prodigiosos, 
más no surtieron el efecto 
deseado, no fueron útiles. 
  
Entonces dijo así la madre:
 "Escúchame, querida abeja, 
por tercera vez alza el vuelo 
a las etéreas alturas, 
más allá del noveno cielo, 
donde existe abundante miel, 
agua de miel hay a raudales. 
Un tiempo hubo en que el Creador 
usó de ellas para ungir, 
rociar las llagas de su hijo 
herido por potencias malas; 
baña tus alas en la miel, 
abeja, en el dulce bálsamo; 
tráemela sobre tus alas, 
bajo tu manto de colores, 
para ungir las partes enfermas, 
para cubrir las hondas llagas."

La obediente adorada abeja 
preguntó a la madre del héroe: 
"¿Cómo podré llegar allí, 
siendo tan débil como soy?"
"Podrás llegar muy fácilmente, 
muy grato te será volar s
obre la luna, bajo el sol, 
del cielo entre las estrellas; 
el primer día llegarás
hasta la frente de la Luna; 
el día segundo y el tercero, 
deslizaráste por los hombros, 
resbalarás por las espaldas, 
de la esplendente Osa Mayor, 
de las hermosas Siete Estrellas; 
ya es corto el camino, 
sólo te espera un breve viaje 
para llegar donde se halla 
Dios santo, el Bienaventurado."
 
La abeja abandonó la tierra, 
la de alas dulces alzó el vuelo, 
se deslizó con sus alitas 
por el gran disco de la luna, 
destelló alrededor del sol, 
luego alcanzó la Osa Mayor, 
las Siete Estrellas, y por fin, 
entró de Dios en las mansiones, 
en casa del Omnipotente. 

Allí destilábanse ungüentos, 
espesos bálsamos se hacían 
en unas marmitas de plata, 
en unos recipientes de oro; 
en el centro hervía la miel, 
en los bordes se fundía el sebo, 
al lado sur el aguamiel, 
al lado norte los ungüentos.

Como era de esperar, la abeja 
encontró miel en abundancia, 
en abundancia halló aguamiel; 
pasados algunos instantes, 
levantó el vuelo zumbadora, 
llevando en las patas cien cuernos 
con vasos a millares, unos 
llenos de miel, de aguamiel otros, 
el resto con mágicos untos.

La madre los probó en su boca, 
saboreólos con la lengua, 
los examinó atenta y dijo: 
"Estos ungüentos son los buenos 
son los bálsamos del Creador, 
aquellos utilizó Dios 
para en las llagas derramar."

Después ungió al hombre agotado 
a Lemminkäinen, el maltrecho, 
frotó las partes lesionadas, 
frotó los miembros desgarrados 
de arriba abajo, hasta en el centro 
y luego rompió a hablar diciendo:
"¡Despiértate ya de tu sueño, 
deja por siempre de soñar 
en esta fúnebre morada, 
sobre el manto de las desgracias!"

El héroe se despertó
salió por fin de su letargo (...)