sábado, 7 de febrero de 2015

“Oh, la danza de nuestra hermana”: un poema de Eugène Marais

Eugène Marais
Leí por primera vez este poema de Eugène Marais hace unos años en la rompedora antología de poesía Surafricana de Jack Cope (el que fuera amante de Ingrid Jonker) y Uys Krige, The Penguin Book of South African Verse (1968). La versión inglesa que allí aparece (págs. 191-192) es de los propios Cope y Krige.

Naturalista y poeta, Marais es uno de los grandes de las letras surafricanas. Nació en Pretoria el 9 de enero de 1871 y tras una azarosa vida, marcada por su adicción a la morfina, se quitó la vida en una granja cerca de Pelindaba, al oeste de Pretoria, el 29 de marzo de 1936.

Gran defensor del afrikáans como lengua de su gente, prefirió esa lengua al inglés y al holandés, y en ella escribió la mayor parte de su obra. Como naturalista Marais fue un precursor de la moderna ciencia de la etología, con sus estudios sobre las termitas y los babuinos. En ese campo, su libro más destacado es Die Siel van die Mier (“El corazón de la termita”, 1925), un estudio sobre la sociedad de los termiteros que fue desvergonzadamente plagiado por el escritor belga de lengua neerlandesa y premio Nobel Maurice Materlinck (1862-1949), en su libro La Vie des termites (1926). Existe una película estupenda sobre Marais, Die Wonderwerker (2012) de Katinka Heyns, que se centra en el periodo en que el poeta estuvo convaleciente de malaria en una granja del Waterberg.

Mi interés por Marais lo suscitó el libro Dwaalstories en ander vertellings (1927), que llegó a mis manos en la versión inglesa de Jacques Coetzee The Rain Bull and other tales from the San (2007). Este título (“El toro de la lluvia y otros relatos de los san”) tiene poco que ver con el original, que podría traducirse como “cuentos errabundos”.

La vinculación de estos relatos viajeros con la verdadera tradición oral de los pueblos bosquimanos del sur de África es debatible, aunque no cabe descartar que algunos elementos procedan realmente de cuentos tradicionales que Marais escuchó. El caso es que asegura haberlos escuchado de labios de un bosquimano centenario llamado Hendrik con al que parece ser que frecuentó mucho en 1913 cuando el poeta estaba pasando una temporada en la granja Rietfontein del Waterberg, al norte de Pretoria.

La prosa de los relatos es muy poética, y recuerda en muchas cosas a la de las Leyendas de Guatemala (1930) de Miguel Ángel Asturias. Como ha sugerido el biógrafo de Marais, Leon Rousseau, no cabe descartar que Hendrik relatara las historias bajo la influencia del dagga (la forma local de la marihuana) y el poeta los adaptara más tarde bajo la influencia de la morfina (The Dark Stream: The Story of Eugène Marais, Johannesburgo, Jonathan Ball, 1999, p. 262). El resultado es una obra maestra de la prosa en afrikáans.

Comoquiera que fuese el proceso de creación de las Dwaalstories, el caso es que Marais insertó en ellas varios poemas, entre los que se cuenta el que aquí ofrezco en una tentativa de traducción en verso libre. El poema no necesita mayores aclaraciones, salvo quizá decir que, por supuesto, “la gente menuda” (die kleinvolk) mencionada en la penúltima estrofa, no son otras que las termitas, que se agitan en sus moradas al sentir la proximidad de la lluvia.

El texto afrikáans lo he tomado de la web http://allpoetry.com/Die-Dans-Van-Die-Reen. La fotografía de Marais procede de la entrada sobre él en Wikipedia. La otra fotografía es de Helena, y muestra un aguacero visto desde la colina Witeberg, varios kilómetros al norte de Marydale, cruzado el río Orange, que visitamos con Neil Rusch el 15 de marzo de 2011 y que probablemente es K”amm xhára ka !kau, la elevación desde la que, según ||kabbo, cierto !gixa de |xam-ka !au “cortaba la lluvia” para aliviar la sequía en su territorio. No es propiamente el Kalahari, pero sin duda esta zona de sabana se parece a la que Marais tenía en mente al componer el poema. Estoy en deuda con mi profesor de afrikáans, Izak Johann Meyer, quien me ayudó en su día a pulir una traducción al ingles de “Die dans van die reën” que hice como ejercicio de clase. El poema, sin embargo, está traducido al castellano directamente de la lengua original.



Dien dans van die reën
Eugène Marais
Lied van die vioolspeler, Jan Konterdans, Uit die Groot Woestyn

O die dans van ons Suster!
Eers oor die bergtop loer sy skelm,
en haar oge is skaam;
en sy lag saggies.
En van ver af wink sy met die een hand;
haar armbande blink en haar krale skitter;
saggies roep sy.

Sy vertel die winde van die dans
en sy nooi hulle uit, want die werf is wyd en die bruilof groot.

Die grootwild jaag uit die vlakte,
hulle dam op die bulttop,
wyd rek hulle die neusgate
en hulle sluk die wind;
en hulle buk, om haar fyn spore op die sand te sien.

Die kleinvolk diep onder die grond hoor die sleep van haar voete,
en hulle kruip nader en sing saggies:
Ons Suster! Ons Suster! Jy het gekom! Jy het gekom!”

En haar krale skud,
en haar koperringe blink in die wegraak van die son.
Op haar voorkop is die vuurpluim van die berggier;
sy trap af van die hoogte;
sy sprei die vaalkaros met altwee arms uit;
die asem van die wind raak weg.
O, die dans van ons Suster!

La danza de la lluvia
Eugène Marais

Canción del violinista Jan Konterdans, del Gran Desierto (Kalahari)

¡Oh la danza de nuestra hermana!
Primero, otea taimada desde la cima
tímidos los ojos;
la risa dulce.
Y desde lejos hace señas con una mano;
sus brazaletes brillan y centellean sus abalorios,
con dulzura llama.

Habla a los vientos de la danza
y los invita, porque la explanada es amplia y espléndidas serán las bodas.

Los grandes antílopes corren sobre la llanura,
se congregan en lo alto de la colina,
dilatan al máximo sus fosas nasales
y tragan el viento;
y se inclinan, para ver sobre la arena su rastro sutil.

En lo hondo de la tierra, la gente menuda
escucha el murmullo de sus pies,
y se acerca a rastras y canta suavemente:
¡Hermana! ¡Hermana! ¡Has venido! ¡Has venido!’’

Y sus abalorios se agitan,
y sus ajorcas de cobre relumbran en el descenso del sol.
Sobre su frente está el penacho de fuego del águila de la montaña;
desciende desde las alturas,
con ambos brazos despliega el manto gris;
el aliento del viento se pierde.
¡Oh la danza de nuestra hermana!

Traducción de J. M. de Prada-Samper


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