jueves, 28 de enero de 2016

¿Quién escribió "realmente" Alicia en el país de las maravillas?


Para conmemorar el 184 aniversario del nacimiento de Lewis Carroll, que fue ayer, he aquí un texto que leí el 15 de mayo de 1986, en un pequeño acto de homenaje a este autor que tuvo lugar en la ya desaparecida librería Tartessos, que entonces regentaba Jos Framis. El evento incluía, entre otras cosas, la exhibición y venta de una serie de deliciosos muñecos de la artista Ana López Escrivá que representaban personajes de los libros de Alicia, un escaparate diseñado por el fotógrafo Pep Pujol, y una pequeña selección de libros de ediciones antiguas de libros de Carroll de mi colección personal. Inicialmente yo iba a ser el único orador del acto, pero Esther Tusquets, que prestó la imagen para la fotografía de la invitación, sugirió a Jos que valía la pena recabar la colaboración de Luis Maristany, del que me haría gran amigo. Reproduzco el texto casi tal cual, transcrito de las cuartillas en las que lo mecanografié con una máquina de escribir eléctrica de mi padre. Los lectores sabrán perdonar las asperezas de este escrito primigenio, que marcó mi primera aparición pública, aún así me ha parecido divertido.




Todo esto que pretendemos hacer ahora es perfectamente ridículo. Estamos aquí para hablar de Alicia en el país de las maravillas y homenajear a su autor, Lewis Carroll. Pero, como todos sabemos, Carroll NO escribió los libros de Alicia. ¡Ni mucho menos! No señor, los libros de Alicia, como sabe cualquier persona culta, los escribió Su Alteza Real la Reina Victoria.

Por supuesto que, hasta hace poco, todos pensábamos que la cosa no era así. Sin embargo, hace dos años, una computadora, hábilmente tecleada por los muchachos de la Continental Historical Society de San Francisco, descubrió la triste verdad. Ni que decir tiene que la computadora está en lo cierto. ¿Quién ha visto alguna vez equivocarse a una computadora?

Plenamente consciente del carácter subversivo de su obra, que, como muy bien nos han demostrado los psicoanalistas está llena de groseros símbolos sexuales y malintencionadas reflexiones sobre la familia y el poder, plenamente consciente de esto, la buena reina actuó discretamente y, así, sobornó con largueza a un desconocido profesor de matemáticas de Oxford llamado Charles Lutwidge Dodgson, quien accedió a prestarle a su soberana el pseudónimo de Lewis Carroll, con el que llevaba años publicando versillos paródicos en revistas locales de poca monta. Pero no quedó la cosa ahí. Para darle más verosimilitud a la patraña, los sicarios de Su Majestad untaron también al mismísimo Deán del Christ Church College, el más grande y prestigioso de Oxford, para que éste forzara a su hija a contar una improbable historia de una excursión en barca por el Isis en la que el venal matemático habría narrado la historia. Éste llegó incluso al extremo de falsificar, de su propio puño y letra, un manuscrito conteniendo una versión burdamente simplificada del cuento, ilustrada con unos cursis dibujos plagiados de las ilustraciones del maestro John Tenniel.

Sin duda, de haber salido todo esto a la luz en su momento, el escándalo hubiera sido mayúsculo: Carroll expulsado ignominiosamente de la Universidad, el Deán hundido en la miseria, y sus hijas camino de la prostitución. La Reina Victoria, avergonzada, abdica ante las presiones de un populacho y un Parlamento escandalizados por la escabrosidad del asunto, que habría pasado a los libros de historia con el nombre de Aliciagate.

Sin embargo, como estoy seguro de que a todos nos case mal la Reina Victoria, que era gorda y fea, vamos a hacer como la Reina Blanca de A través del espejo y vamos a creernos seis cosas imposibles antes del desayuno. Vamos así a creernos que Carroll fue quien escribió los libros de Alicia, que lo de la excursión en barca es verdad, y que aquel manuscrito extraordinario salió de su propia mano. Así pues, vamos a hablar de ese individuo como si realmente fuera alguien importante. Pero antes, una pequeña explicación (y ya oigo gritar al Grifo con tono impaciente ¡No, no, la aventuras primero, las explicaciones siempre se alargan espantosamente!); pero esta explicación es necesaria.

A ver cómo hablamos de Lewis Carroll porque, ¡hay que ver las cosas que se ha llegado a decir sobre el pobre hombre!, ¡y qué interpretaciones se han hecho de Alicia en el país de las maravillas! Vean, si no, la explicación de este libro dada por el célebre erudito Ydoow Nella, profesor de literatura cingalesa de la South-West Manhattan Yeshiva University, quien llegó la conclusión de que el cuento aparentemente absurdo de Carroll no hacía sino esconder un mordaz ataque del matemático a los críticos que se empeñaban en atribuir las obras de Shakespeare a sus contemporáneos Marlowe y Bacon. Cito el resumen que hace Nella de su teoría: “El Conejo Blanco era Shakespeare, el Sombrerero Loco, Marlowe, y el Ratón Bacon – o el Sombrerero Loco Bacon, y el Conejo Blanco, Marlowe– o Carroll era Bacon y el Ratón Marlowe – o Alicia era Shakespeare, o, quizás, Bacon – o Carroll era el Sombrerero Loco.” Como dice el propio Nella, “es una lástima que Carroll no esté hoy vivo para dejar sentado este importante asunto”.

Una teoría que, como se ve, es harto compleja. Sin embargo, para tranquilidad del público, trataremos aquí de atenernos a cosas más sencillas. De todos modos, la obra maestra de ciertos comentaristas ha sido su descubrimiento, fascinante, de que Lewis Carroll y Charles Lutwidge Dodgson eran dos personas distintas. Lo que estos críticos han hecho, en realidad, es prescindir del proverbial escalpelo y tomar un serrucho con el que han partido en dos al pobre Charles Lutwidge Dodgson, por la sencilla razón de haber adoptado un pseudónimo para escribir obras literarias mientras continuaba publicando libros “serios” bajo su verdadero nombre.

Francamente, no hay por dónde cogerlo. Por un lado resulta que la obra supuestamente seria de Carroll no es tan seria. Una buena parte de los libros de lógica y matemática que publicó, como por ejemplo Euclides y sus rivales modernos, El juego de la lógica o Una historia enmarañada, entran dentro de la categoría de lo que él mismo llamaba “lógica o matemática recreativa”, presentada al lector como un puro juego muy adecuado para conjurar el vacío de las noches de insomnio. De hecho, los tres libros están firmados con el pseudónimo, y el planteamiento de los numerosos problemas y paradojas que contienen está en forma de historia que pertenecen, sin duda, al universo imaginario de los libros de Alicia.

Quizá, para dejar esto bien sentado, habría que citar aquí las palabras de una auctoritas, Derek Hudson, autor de la más importante biografía de Carroll:

En todo gran humorista buscamos primero al hombre que nos hace reír, cosa muy natural. Tenemos nuestras propias ideas sobre su carácter –imaginándolo, quizá, como muy similar al nuestro, en nuestros momentos más felices– y por eso nos sentimos con frecuencia desconcertados, a veces decepcionados, cuando descubrimos que bajo la brillante superficie las aguas discurren profundas y oscuras. En el desconcertante caso de Dodgson, el matemático, el lógico, el artista e incluso el eclesiástico, impregnan al humorista, aguzando y puliendo sus paradojas hasta que éstas forman un cristal inimitable. En el centro de todo se encontraba un carácter complejo, formado por demasiados elementos conflictivos como para infundir paz al espíritu, pero en nada contribuye a nuestro conocimiento de Dodgson el querer ver en él a dos personas en lugar de a una.”

Para hacernos una idea de la complejidad de Lewis Carroll, voy a leer una lista de todas las cosas que llegó a ser:

Profesor de matemáticas.
Autor de libros teóricos sobre matemáticas.
Autor de libros sobre el arte de aprender y enseñar matemáticas.
Autor de libros de lógica.
Autor de libros de lógica y matemática recreativa.Poeta y autor tanto de poemas “serios” tremendamente cursis como de poemas paródicos y absurdos.
Narrador.
Novelista.
Inventor.
Creador de juegos y entretenimientos.
Polemista.
Fotógrafo.
Curador de la Common Room de Christ Church.
Autor de una de las correspondencias más geniales de la historia de la literatura, que, según cálculos fiables, llegó a comprender más de 100.000 cartas, escritas a lo largo de 30 años.
Diácono de la Iglesia de Inglaterra.

Como se ve, si hubiera que dividir al individuo en función de sus facetas, tendríamos que cortarlo en lonchas finas.
Ya para acabar (¡al fin!) me gustaría citar unas líneas del gran erudito carrolliano Morton. N. Cohen, que vienen muy al caso de todo lo que hemos estado diciendo, y que hago extensivas a estas palabras:
A diferencia de Alicia, quien le dice a la Oruga que le es difícil explicarse, Dodgson es excepcionalmente bueno a la hora de explicarse a sí mismo. Y por esto lo mejor es dejar que sea él (a través de sus diarios y cartas) quien nos hable de su actitud hacia el arte, la fotografía, las niñas y sus modelos de desnudos. Sus propias palabras seguirán vivas mucho después de que la mayoría de los comentarios, incluyendo éste, hayan sido olvidados” (Morton N. Cohen, Lewis Carroll Photographer of Children: Four Nude Studies, Filadelfia: Rosenbach Foundation / Clarkson N. Potter, 1979).

Breve nota para concluir esta entrada: “Ydoow Nella”, es, por supuesto, Woody Allen, y la cita procede de uno de los textos de su libro Sin plumas, publicado en 1976 por Tusquets Editores en traducción de Marcelo Covián.